Andrea Torres Balaguer Torres

La indefinición y el misterio son dos recursos que podemos aplicar a casi toda la obra de Andrea Torres Balaguer, aunque en sus inicios artísticos se manifiestan más claramente que nunca. De esta misma manera nace "Hypnagogia", el despertar de su la vida artística, la primera serie fotográfica realizada con consciencia de su breve aunque intensa trayectoria como fotógrafa. "Hypnagogia" es la denominación técnica que recibe el estado intermedio entre la vigilia y el sueño. En este espacio de tránsito, a medio camino entre la consciencia y la inconsciencia, resulta fácil confundir la realidad con la ficción y es exactamente esta sensación de duda, incluso de alucinación, lo que busca Andrea Torres con las fotografías de esta serie, como si abriéramos los ojos en medio de un sueño.

En la obra "Etienne", finalista del Premio de Fotografía 2014, un niño con el torso desnudo sostiene una calabaza con las manos mientras una sombra masculina le cubre los ojos. Esta sensación de incertidumbre y calma tensa se respira en todas las obres de esta serie, donde el espectador no sabe que es lo que pasa pero percibe una incomodidad que crece exponencialmente. Según Glòria Bosch, cocomisaria de la exposición: “La composición nos sitúa ante el niño iluminado y también no obstante en un juego de sombras negras que se desarrollan entre consciente y subconsciente, entre el adulto que le priva de la vista y el niño que emerge desde el secreto en la negrura lateral del fondo. No demasiado lejos, en definitiva, del todo esencial que se aloja en el interior humano de Andrea para seguir construyendo imágenes.”

En varias ocasiones, la obra de Andrea Torres se ha relacionado con el surrealismo. El suyo, no obstante, es un surrealismo contenido. No hay ningún elemento fantasioso ni manipulación técnica alguna, aunque todo participa de una mentira perfectamente orquestada. En “Hypnagogia” sigue la idea de las "images à la sauvette" de Cartier-Bresson. De todos modos, lejos de Cartier-Bresson, su instante decisivo, a pesar de que lo parezca, no es espontáneo. Andrea Torres crea un instante calculado. Dispone un escenario real, con personas reales y con actitudes que parecen reales. El objetivo de su cámara nos sitúa en el centro de un mundo inhóspito. Todo es, aparentemente, normal, pero algo nos inquieta: una actitud, un gesto, una mirada, un elemento disonante... De repente, quien mira, que suele observar las imágenes desde una atalaya privilegiada, se convierte en el objeto de todas las miradas. El mundo que ella ha creado se gira de improviso y, a diferencia de sus obras posteriores que ocultan el rostro, nos observa fijamente a los ojos como si fuéramos extraños. "Hypnagogia" contiene todo aquello que puede caber en una película de 35 mm: lo que es real y lo que bien podría serlo.

En la serie “Hypnagogia” las mujeres nos miran directamente a los ojos. Protagonizan escenas insólitas que nos despiertan extrañeza y desconfianza, a pesar de la aparente calma que parece respirarse. Sus miradas serenas se dirigen hacia quienes las contemplamos, lúcidas y transparentes, y asumen sin incomodidad que las hayamos sorprendido plantando cabezas de piedra en un campo o reposando a los pies de un niño rodeadas de conchas rotas. Algunos hombres las acompañan, como sombras que legitiman todo lo malo que estén haciendo, vestidos de negro y camuflados entre los parajes.

"¿No será todo un sueño y, despierto y dormido, sueño la vida? ¿Despertaré algún día de este doble sueño para vivir, allende, la verdadera vida, donde sueño y vigilia sean una mentira?" Josep Palau i Fabre

En la serie “Mesmerize” la narratividad se simplifica: el número de personajes disminuye, la sombra masculina desaparece totalmente y las mujeres se acercan a la cámara para que las observemos detalladamente, como únicas protagonistas de la escena. Ya no tenemos que buscarlas en la montaña, lejanas y dándonos la espalda: han avanzado hacia la cámara. Con este nuevo posicionamiento, el contacto visual bañado de calma tensa que nos atrapaba en "Hypnagogia" ya no se produce; en "Mesmerize" las mujeres se afanan en ocultar el rostro tras las sombras que la fotógrafa ha recreado en su plató

Andrea Torres utiliza el cuerpo de la mujer para construir relatos alrededor de una feminidad que se revuelca en estereotipos que tradicionalmente se le han asociado, como la debilidad, la ternura, la maternidad o la fragilidad. Las modelos ya no miran desafiantes a la cámara, no muestran sin complejos su cuerpo, tampoco se comunican directamente con quien las mira. Con el rostro oculto, se alejan de los escenarios característicos de "Hypnagogia" y nace un universo onírico que tiene lugar, en la mayoría de los casos, dentro de un estudio fotográfico, donde el entorno natural pierde importancia y toda la atención se focaliza en los elementos iconográficos que protagonizan las escenas.

Algunos elementos iconográficos se convierten en protagonistas en esta serie. Si nos fijamos en los objetos que las modelos sostienen en sus manos, observaremos huevos y peces, símbolos de protección, maternidad i vida. La mujer de "Bring it to the light" esconde un huevo detrás de la espalda, como si tratara de un hijo ilegítimo que debe proteger; en "Mermaid" nos transportamos a una noche febril donde, sumergidas en un río, acunábamos un pez rojo; en "Born" un huevo reposa sobre la mesa mientras la madre vela el nacimiento, vigilando bajo una trenza que nadie le arrebate la descendencia. La sensualidad y el erotismo, presentes tangencialmente en cada una de las fotografías, se enfatizan en "Mesmerize", donde la espalda al descubierto prefigura la noche cercana que inunda ya la escena a punto de ser engullida por la oscuridad total.

"Se apretó fuertemente las manos para que no le temblaran tanto. Las calles estaban calladas. De una pared colgaba un rosal sin rosas. Lejos, el rumor sordo de la ciudad; jóvenes mujeres que plantaban cara a la vida, sin sueños. Un soplo de viento hizo mover la pequeña llama del farol. Las casas estaban cerradas. El invierno vendría a velarlas. Y Aloma se perdió calle abajo, como una sombra, en la noche que la acompañaba." Mercè Rodoreda

La serie "Mesmerize", previa a la que comentamos, ya había significado una evolución notable en el lenguaje estético. La artista había empezado a trabajar una luz concreta, unos referentes estéticos determinados y a gestar un programa iconográfico y simbólico que ahora le es propio y que ha definido su personalidad artística. Con todo, no es hasta la serie "Moon" cuando vemos un lenguaje más maduro y más genuino. "Moon" y "Moon ritual" son dos series fotográficas que evocan las siete fases de la luna y, en este sentido, el simbolismo adquiere una relevancia superlativa.

La luna ha sido siempre un elemento simbólico asociado a la feminidad y este es el contexto a partir del cual debemos entender todo el simbolismo que aparece en estas obras. La mesa, puesta con austeridad, evoca el hogar, el espacio cotidiano, confortable e íntimo. Los objetos que reposan en su superficie establecen un diálogo con la figura que, a diferencia de la primigenia "Hypnagogia", nos rehúye la mirada, también hacen referencia a algún motivo vinculado a la feminidad evocando ritos, supersticiones antiguas, o a conceptos concretos relacionados no únicamente con la mujer, sino también con la luna.

Las fotografías de la serie “Moon” nos conducen a la introspección, nos invitan a perdernos en los degradados que la luz dibuja. Asimismo, se mantiene inalterable la inquietud que nos genera el no saber comprender la escena que se nos plantea, rodeada de un aura de misterio, densa como la penumbra de sus obras. Andrea Torres, desde el monólogo interior, nos plantea un enigma que nos exige su resolución.

En las series “Hypnagogia”, “Mesmerize” o “Moon”, la zona de confort de Andrea Torres se oculta detrás del visor de la cámara, ideando escenas y dirigiendo cada uno de los gestos de sus modelos. Pocas veces se sitúa al otro lado y, cuando lo hace, procura pasar desapercibida. Deberá iniciar "The Unknown" para que tome conciencia de que su lugar está, también, delante del objetivo. En esta nueva serie, la fotógrafa se retrata innumerables veces en un acto de introspección y simplificación del proceso: se convierte en personaje único de su obra, deja de interesarse por los escenarios naturales y por la narrativa –fundamental en las series "Hypnagogia" o "Mesmerize"– y centra toda la atención en su "personaje". En cada nuevo gesto captado por la cámara toma conciencia de las múltiples identidades que conviven en ella y decide que todas ellas protagonizarán “The Unknown”.

En cada fotografía la artista se pone delante de la cámara con plena consciencia de cuál de las múltiples mujeres que habitan su cuerpo quiere ser. Para hacerlo, decide la expresión de la cara, el gesto de las manos, la postura del cuerpo, el vestuario, el cromatismo del escenario, el peinado. Todo está minuciosamente diseñado para que quien contemple la obra descubra en ella a la mujer indefensa, angustiada, fuerte, sensual o masculina que vive en ese cuerpo.

Ante las fotografías, acostumbramos a leer los retratos comenzando por el rostro: los ojos llaman a los ojos. Aquí, sin embargo, el orden lógico de lectura se ve alterado por una pincelada inesperada que cubre todos y cada uno de los rostros de la artista-modelo con un gesto rápido y valiente. Hasta ahora, la obra de Torres Balaguer no incorporaba elementos que no fueran propios de la fotografía: en "Mesmerize" o "Moon" las modelos decidían ocultar el rostro escondiéndolo en la penumbra. Aquí, en cambio, la ocultación del rostro –de su rostro– resulta obligada, agresiva y violenta. La autora se borra la cara con una pincelada que la ciega y que hace imposible, nuevamente, el contacto visual con quien la observa.

En obras como "Swift", la artista aplica pan de oro sobre los rostros con el mismo objetivo: ocultarlos. Mientras que la pincelada gruesa provenía de un gesto rápido de pocos segundos, la aplicación de pan de otro requiere muchos más, y las caras quedan cubiertas por fragmentos de pequeñas láminas de menos de medio milímetro de grosor que algún batidor de oro industrializado ha manipulado. Torres inicia “The Unknown” desde la necesidad de abandonar su personaje principal y protagonizar muchos otros, todos igual de vivos en ella.

El fotógrafo y escultor alemán Karl Blossfeldt publica, en el año 1928, el fotolibro "Urformen der Kunst", una obra fundamental de la Nueva Objetividad donde, mediante primeros planos y la iluminación, singulariza los valores escultóricos de algunas plantas. Torres Balaguer, fascinada por esta manera de retratar los elementos vegetales, inicia una nueva serie que funciona como un herbario en el que cada mujer tiene nombre de planta y convierte el pequeño estudio fotográfico donde trabaja en “Hivernacle”.

Inmersa en este nuevo ciclo de creación, la joven fotógrafa homenajea a sus referentes: abandona temporalmente el formato digital para retomar el analógico en blanco y negro –como ya había hecho en sus comienzos con la serie "Hypnagogia"– y, a fin de hacerlo posible, se compra una cámara Mamiya RZ67, el mismo modelo que utiliza su fotógrafa de cabecera, Annie Leibovitz. Dentro del invernadero la artista dispara en blanco y negro, distanciándose de las gamas cromáticas que dominaban en “The Unknown”. Substituye los vestidos de seda de color por vestimentas que imitan pétalos y hojas, gracias a la cuales consigue una apariencia volumétrica y escultórica que nos remite a la flora pétrea de Blossfeldt, con la gran diferencia que aquí los tallos son de carne y que la savia que circula, sangre.

Las poses delante de la cámara se suavizan: el cuerpo de la artista se mimetiza con cada una de las plantas que le da nombre –"Orchid", "Lilium", "Magnolia" o "Camellia"– y la iluminación acentúa el tratamiento escultórico del cuerpo. Los rostros permanecen visibles durante un rato, atentos a la llegada imperativa de la pincelada cubriente. Igual que en la mitología griega Dánae esperaba a Zeus convertido en lluvia de oro para que la fecundara encerrada en una habitación, las protagonistas con cuerpo de planta esperan, encerradas en su invernadero, ser cegadas. Aquí, los blancos, naranjas y azules que cubrían los rostros en “The Unknown” han desaparecido. Ahora, la pincelada es igualmente cubriente y agresiva, pero hecha de oro.

En la serie “Eclipses” el color deja de tener protagonismo e integra nuevamente el blanco y negro, y nos propone un diálogo en el que substituye la pincelada de color, el gesto, por la utilización del papel pintado a modo de collage, con la individualización, en cada imagen, de colores puros como el amarillo, el azul, el rojo..., situados delante del rostro de una manera geométrica. El collage aparece no como ritmo gestual que borra el rostro de una pincelada sino como fragmento que puede contener todos los fragmentos posibles, lo que permite multiplicar las dimensiones de sentido. Desaparece la cabeza, el mundo más personal, más íntimo e, incluso, aquellas ideas "construidas" en un universo aparente, un estándar, en el que no interesa la interioridad. Leamos metáfora, abismo, misterio..., en todo caso, no obstante, es desplegar lo oculto en una identidad que no puede dejar de hacer ver otras cosas que quizás no habíamos sentido ni pensado.

Fragmento del texto de Glòria Bosch del catalogo de la muestra: “Cuando pienso en las obras actuales, veo el fragmento de collage como una negación de la personalidad individual y, a la vez, una posibilidad reivindicativa para hacerse y existirse. Es negación, anulación, potencialidad que puede avanzar desde la diferencia, diversidad, multiplicidad, todo aquello que nos descodifica del género como atributo cerrado y llevado al extremo. Es un posible legitimado que puede llegar a ser o no ser, el Hamlet dialéctico que se deja atrapar por las dudas, y el collage de una vida que prefiere desarrollar los múltiples que nos habitan.”